Un viaje hacia la luz
Y la luna estaba ahí, discreta
pero presente, e iluminaba tenuemente
la huella de tus pasos […]”
Le mirada con que se observa el mundo
determina en gran magnitud la imagen que
recibimos de éste. De forma análoga
resulta con el corazón de nuestros
semejantes, los cuales convendría
siempre abordar sin ideas preconcebidas,
y provistos de una apertura de espíritu
propia de los grandes viajeros, los “ángeles
vagabundos” venerados por Jack Kerouac.
El viaje es justamente un tema indisociable
de la pintura del artista Michel Clos,
(pintor dotado no sólo en su pintura
sino también con su guitarra).
Si Clos es por naturaleza un hombre lúcido
y levemente desencantado, se percibe en
su obra una dimensión edénica,
una generosidad profunda en la visión
que entrega del universo y de sus habitantes,
sus hermanos, lo que explica el lugar
elevado que le concede a la figura humana,
en particular a la mujer, cuya sensualidad
le abre las puertas del cielo. El espacio
en donde sitúa a sus personajes
es con frecuencia teatralizado, barroco,
lo que les da a estos personajes un alcance
simbólico. No sorprende entonces
que se interese a lo grandioso, a lo elegíaco,
elementos que se encuentran en la mitología
de cada paraje en donde posa su caballete
y despliega sus blocs con sus croquis.